Asesinato de Juanito.
En una población muy civilizada y no muy lejana de la metrópolis se contaba que su gente era pacífica y tolerante, que la paz cundía en todos sus rincones. Los niños eran protegidos y crecían con buena formación, sus padres y sus madres brindaban mucho amor, entonces se desarrollaban con buena educación física, mental y espiritual, organización social envidiable. Para entrar a ella era toda una magia a la que podría soñarse en el bien de la vida, dentro de un siglo de renacimiento embellecido por una humanidad de hermandad, de valores y de esperanza de construir el buen futuro, por encima de las dificultades. El bien, el primer principio para el ser humano. Así lo habían concebido en sus corazones y los nuevos que nacían. Muchos y muchas, almas no podían entrar en ella, porque el mal predominaba en ellos y en cualquier oportunidad acometerían contra sus semejantes la maldad, aunque estos hicieran el bien. No podían superarlo porque habían entendido que viviendo el absurdo podían alcanzar una mejor vida en su mundo. Entonces construían poblaciones llamadas los contrarios. Así venían al mundo… ´´El bien para lo bueno y el mal para lo malo´´. Pero esta comunidad, singular, profesaba en cambio con elogio su prodigioso bien. Sus fronteras estaban muy bien vigiladas. Manifestaban que posible es todo aquello bueno que se desee, siempre y cuando haya voluntad; opuesto a lo imposible que igual permanece en la mente de cada individuo como un ser natural del contrato social formulado a través de los tiempos.
Era ese pequeño lugar de clima frío, de personas recatadas, respetuosas, trabajadoras, creyentes y con mucho temor a su Dios, por lo tanto muy sabias. Manejaban sus problemas con sabiduría. Parecía un paraíso, la alimentación abundaba y unos con otros se ayudaban para darse la oportunidad de que todos salieran adelante, respetaban a sus mujeres, a sus niños a sus mayores y su mejor tesoro era la familia. Habitantes ejemplo de vivir en comunidad. Parecía la vida concebida fuera del contexto del imaginario común. Sin embargo ellos se lo creían. No sólo lo creían, sino que la practicaban. La tanta maldad no tenía cabida.
La familia de Juanito estaba conformada de su padre Clemente, de su madre María, jóvenes, y de su hermanita Ana.
-Me siento feliz dijo Ana.
-¿Por qué estás alegre hija?- Preguntó la madre.
-Porque tengo a mi nuevo hermanito.
-Ah…, a tu hermanito Juanito – dijo la madre.
-Sí, dijo Ana – y suspiró profundamente.
Ana era una niña bella y muy cariñosa con su hermano y lo quería tanto que cuando podía siempre estaba con él, por lo que le servía de compañía para entretenerse y porque Juanito se alegraba y reían como buenos hermanos. Ella llegaba de la escuela e inmediatamente pasaba a donde Juanito para besar tanto a él como a su madre.
María, muy dedicada a sus hijos, los cuidaba, los llevaba a la cama y les narraba cuentos, hasta que conciliaran el sueño, a Ana le preparaba el alimento, le cambiaba el uniforme con cierta periodicidad para que fuera a la escuela bien pulcra, de zapatos que parecían unos espejos y su cabello brillante, bien peinado, de cola y de ganchitos de colores de cada lado de su cabecita; María era una madre que se esmeró por estudiar, algunos grados de estudios. Sin embargo advertía que su deber era cuidar y de dedicar tiempo a sus hijos y a su esposo.
El esposo de María, Clemente, al comienzo fue una persona cumplidora de su deber, laborioso, contemplaba a sus hijos, muy devoto de Dios, buen amigo, amoroso y especialmente de María a quien adoraba. Pero con el tiempo fue cambiando su comportamiento, por las influencias de otro entorno que frecuentaba -no tan bueno-, extraño a la comunidad y que María, ya percibía y sufría.
- ¿Por qué a veces estás triste mamita? - preguntó su hija Ana.
- Es que no lo quiero ver violento, tú sabes cómo se irrita de un tiempo para acá, – dijo María.
- Cómo así madre, ¿a quién? – la interpeló Ana.
- Sí hijita hace días, quizás semanas que tu padre se está alejando cada vez más del hogar, con el pretexto de que está trabajando muy duro para conseguir el dinero y así podamos vivir; pero tengo una corazonada.
- Qué es una corazonada? – preguntó Ana.
- Corazonada es algo que sientes en el corazón como si te lo asegurara alguien de que realmente te sucede – le respondió la madre --.
- Pero madre, ¿cuál es ese algo? que yo desconozco, cuéntamelo madre - dijo Ana, quien tenía mucha curiosidad.
- María, empezó a contarle a su hija la tal corazonada: Tu padre hace tiempo que a pesar de cumplir con algunas obligaciones llega muy tarde a la casa que ya, como te has podido dar cuenta, no te acompaña a la cama a contarte un cuento, como yo lo hago, para que te duermas, ni tampoco te da el beso de las buenas noches. Pocas veces te lleva a la escuela, también pocas veces come con nosotros, no se despide de besos; se ha convertido en un intolerante por cuanto su actitud es grosera y violenta, veo que usa la fuerza física. Toda esta violencia es un gran dolor de cabeza para mí. Ya presiento que nos dejó de amar; hija quiero que me perdones por decirlo, pero creo que tiene una amante que lo domina, es decir, otra mujer y lo está cambiando notoriamente, llevándolo a un comportamiento demasiado negativo contra nosotras e inclusive contra Juanito, tu hermano menor, volviéndose todos los días más difícil nuestra relación. Te has dado cuenta que estoy trabajando duro, otra vez, para que podamos subsistir.
´´Me preocupa también Juanito porque es muy pequeño y requiere de mi atención, no quiero continuar dejándolo con otra persona, me da temor que su propio padre le haga daño, debido a que una vez expresó, enojado, no quererlo, anunciándome a gritos que lo iba a desaparecer, entonces tengo miedo hija que le pueda suceder algo a tu hermanito que aún está muy pequeño y apenas para cumplir el año de nacido´´.
Había un Caín entre los vecinos.´´ No hizo caso´´.
- Ana abrazó a su madre y sobresaltada y nerviosa, le preguntó: ¿Qué podemos hacer madre?
-¿Debemos ir a la policía para que nos proteja? –, le contestó María con otra pregunta a su hija; consciente de que había crecido la diferencia y la contradicción con su pareja, sin ninguna manera de reconciliarse.
Pero un día inesperado, lleno de lluvia y tempestades, de un cielo oscuro sin estrellas, tenebroso y las montañas arropadas por la niebla, de tanta soledad que no invitaba sino al miedo, Juanito fue secuestrado, puesto que su madre no lo encontraba en el lugar de la casa donde acostumbraba dejarlo dormido. Inmediatamente ésta perturbada y con lágrimas en los ojos tomó del brazo a su hija Ana, le dio la noticia, y, sin mucho arreglo personal, salieron desesperadas a poner el denuncio a la policía del barrio. Preguntaban a los vecinos, ¿saben algo de mi hijo que está perdido?, pero las personas no daban razón porque no sabían nada de nada. Luego, las personas solidarias empezaron a colocar carteles alusivos a la desaparición del niño y al día siguiente continuaron con la misma tarea para que, el que tuviera información la entregara a la seguridad como pruebas de fortalecer la investigación. Igualmente, los familiares de la madre hacían lo propio colaborando en la búsqueda.
Todos parecían devastados y agotados porque supuestamente habían estado en muchos lugares de la región y Juanito continuaba desaparecido en el atardecer del crepúsculo donde todo se torna más angustioso y más doloroso. Donde no se piensa sino en las cosas horribles que podrían sucederle a la víctima.
Pasaban los días sin saberse del niño.
La policía buscaba e investigaba con insistencia y llegó la noche y el niño no aparecía, entonces el dolor de la madre era más fuerte y más insoportable, estaba prácticamente destrozada; --pero algo muy importante en algunos seres humanos--, no se olvidaba de orar a Dios, con sus oraciones interminables como buena creyente que era del Divino Niño, a quien alumbraba con muchos cirios.
María no perdía la esperanza de encontrar a Juanito con vida.
Clemente, su padre, estaba con el corazón contrito, arrepentido, por lo que antes había sentenciado contra el pequeño, su hijo, - las palabras tienen poder -, pero ya era tarde. En efecto, decía: ´´para maquinar todo esto tendría que haber otras personas involucradas en el delito´´, mostrándose delante a los demás sin la mea culpa. No pudo mantener su actitud y de pronto huyó, dejando a María, su esposa, sola con el problema. Había algo raro en él con este comportamiento, cuando más lo necesitaba María.
María no se reconocía de tanto dolor de madre, porque pasaba el tiempo y su hijo no estaba con ella, y se lo imaginaba sin alimento, sin amor y abandonado, sufriendo por las inclemencias del clima, era un cuadro aterrador el que tenía en su cabeza.
Ana ya no quería ir a la escuela, ni tampoco comer, desconsolada totalmente, por este episodio sórdido y violento que a su edad el destino le hizo vivir. También como Ana y su madre, toda la familia del niño estaba ya enferma por el sufrimiento.
Mientras tanto la policía investigaba con afán noche y día, la cual tenía la denuncia de María y de las malas intenciones de su esposo Clemente contra el niño. La policía diligente encontró algunas pistas, las capitalizó, dando con el paradero del padre, haciéndolo confesar:
Inicialmente Clemente, apesadumbrado por lo ocurrido a su hijo. Permanecía en silencio y fingiendo que también sufría y que estaba devastado; pero ´´los ojos son el espejo del alma´´, lo delataron. María se las ingenió para que confesara, ella, muy astuta notó en la mirada de su esposo que escondía un secreto y le pidió que confesara. Al verse presionado por la autoridad y por María, él dijo la verdad:
-´´Sí, secuestré a mi propio hijo, – dijo Clemente, llorando´´.
-Nervioso e inseguro – Clemente – también confesó, entre lágrimas y dijo: ´´estuve sometido al demonio, no valgo nada como persona´´, en sus ratos de lucidez, murmuraba y exclamó: no entiendo cómo pude llegar a este extremo, energúmeno, de cometer este acto tan vil contra mi hijo, ´´sangre de mi sangre y huesos de mis huesos´´. Todos quedaron estupefactos ante endemoniada exclamación.
En seguida la policía lo redujo, uno de los policías lo cogió por la nuca y le colocó las esposas en las manos; extendido en el suelo Clemente duró así por un largo tiempo, dudaba demasiado, se mojó los pantalones y lloraba amargamente, de pronto dejó de llorar, hasta que fue parado casi dormido, su imagen asemejaba a pacientes con ´´encefalitis letárgica´´ o enfermedad del sueño, que no opuso resistencia y se dejó conducir fácilmente a la cárcel, que al despertar, y reponiéndose de sus cabales, no podía creer lo sucedido. La policía aumentó su pie de fuerza para emprender la búsqueda exhaustiva del niño con las señales dadas por su padre, al ser interrogado, y a los involucrados, con la esperanza de encontrarlo vivo, pero los esfuerzos fueron infructuosos, porque un día después de la búsqueda, por la mañana, hallaron el cuerpito de Juanito. Yacía helado e inerte en un potrero, para asombro de su madre, quien lloraba con amargura y con el corazón partido, ad portas de la locura. El pueblo entristecido buscaba la manera de consolarla; pero en ese instante con dolor Insondable, ¿a quién podría consolarse? Entonces la dejaron llorar porque su dolor era profundo. La policía, muy calificada del pueblo, los presente y toda la comunidad quedaron heridos por este horrible caso. Experimentaron hondo dolor en el corazón con el asesinato de Juanito, que fue una muerte repudiable de un inocente, se había manchado el principio moral de un bello pueblo. Porque, además, medicina forense al efectuar el examen del pequeño cadáver, diagnosticó que también había sido abusado. ´´La torrencial lluvia que caía, no cesaba era cada vez más fuerte, parecía también condenar el intenso dolor provocado por el humano…´´
Esta familia estuvo a cargo de consejeros religiosos y de sicólogos, para que con el tiempo se superaran el shock de sus emociones y retornaran a su Yo y a su carácter para continuar con sus vidas. Por supuesto que en estas situaciones delicadas nunca deben abandonarse a las familias inclusive a todo un pueblo que queda herido, después de presenciar o de sólo escuchar por todos los medios de comunicación estos actos tan abominables que van en contra de la salud y de la ética humana.
La comunidad gritaba adolorida también: ¡aplíquenles la máxima! ¡Aplíquenles la máxima pena!, en otras palabras, ¡venganza!, ¡queremos venganza! Se le notaba a la gente - al ver tal infamia – de querer tomar justicia por sus propias manos. Pero a la vez reaccionaban, y no lo hacían, porque eran conscientes que iba sobre todo en contra de sus principios y de su moral. Así, que dejaron que la ley asumiera su responsabilidad sin impunidad.
La sociedad de esa población se sintió muy golpeada moralmente por este absurdo y condenable caso. Sentían que con el asesinato de un ángel, habían herido su alma. Aspiraban que se diera ejemplo de castigo y de condena y, para ello, se empezó anidar en sus mentes la idea de una ley que sancionara apropiadamente la crueldad contra los niños, vulnerando sus derechos.
Entonces evocaron de la historia, aquella justicia, que desde nuestros primeros orígenes, la humanidad se ha visto obligada a endurecer, tanto civiles como religiosas, hasta la actualidad. Contra el absurdo comportamiento de algunos seres humanos que nunca se resocializan, ni se arrenpienten. Fue como entonces instituyeron con ´´celeridad´´ tal castigo, antes de que se tornara en un vicio reprobable contra la conducta y moral humana. Los habitantes se unieron como uno solo, oportunamente, para rechazar la irracionalidad animal y brillara el sol nuevamente
Juanito, está en el cielo, la venganza que pedía el pueblo, llegó con uno de los castigos más severo de toda la historia, para Clemente y sus cómplices. Por tanto, los habitantes del paraíso jamás se sintieron desprotegidos porque invirtieron más en su ´´justicia´´. Además, se dispusieron proactivos y con valentía a denunciar los hechos violentos contra sus niños como también en contra de otros delitos que vislumbraron y que lesionaban a la sociedad.
“Lo único que necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos y mujeres buenas no hagan nada”. Edmund Burker.
¿Qué está pasando con la raza humana?
Rafael Edmundo Arévalo Escandón. (Simon Mayrz). Medellín. Antioquia. Colombia.